viernes, 5 de mayo de 2017

Una confidencia


Ando yo inmerso en un asunto personal de calado y de cierta trascendencia, también por la edad. No es que quiera hablar en público de mis asuntos particulares, que bastante tiene cada cual con los suyos, pero  quiero resaltar al protagonista, el interlocutor de mi confidencia.

Reconozco que tengo alguna dificultad de comunicación con las ‘personas normales’, me da la impresión, sobre todo cuando se llega a ciertas profundidades o confidencias, propias o ajenas, de que se ponen a la defensiva... no sea que se les vaya a pedir algo o simplemente a decir algo que suponga la mínima alteración en su ordenada vida tranquila.

Es por esto, y por el largo tiempo conviviendo con personas carentes de lo más elemental (¡éstos sí que valoran las pequeñas cosas, los pequeños gestos, una simple palabra o el tono empleado en ella!), por lo que me resulta más fácil entenderme con estas. No es la primera vez que he manifestado mi total admiración por personas sin hogar que, a pesar de sus carencias, tienen pensamientos y palabras para agradecer sinceramente cuanto reciben, y para expresar su fe inquebrantable, como Job, en el recto proceder de Dios en sus vidas. No transmiten ni una leve sombre de rencor o desesperanza. Son, sin ninguna duda, admirables.

De acuerdo que son excepciones, faltaría más, pero ojalá que muchos, necesitados o no, supieran apreciar su ejemplo. Por eso me veo impulsado a escribir estas cosas de vez en cuando, para que el bien más humilde, ignorado de la mayoría, sea reconocido, por cualquier persona que lo encuentre a su paso, y  sobre todo para que se sienta administrador de la providencia divina con esas personas, aunque solo fuera para experimentar la inmensa satisfacción que produce el dar sin esperar, practicar la economía y la justicia divinas, que no exige trueque alguno, y solo nos juzga por nuestras obras, y según empleemos los talentos recibidos.

Bueno. Esta larga introducción es para expresar mi agradecimiento a una persona sin hogar que cumple con creces cuanto acabo de decir sobre estos ‘Jobs’ anónimos. No es ni siquiera español, es más, es un refugiado político, y en concreto, armenio. Vivía muy bien en su país, tenía un buen negocio y estaba de alguna manera implicado en la política de su país. Pero la caída de la URSS les condujo a una guerra civil por el poder entre armenios, que son cristianos ortodoxos,  y los azeries, musulmanes, los cuales se negaban a compartir el poder con los armenios, aunque durante el comunismo habían convivido en paz. Su padre perdió la vida en esos enfrentamientos;  el resto pues es imaginable. Hoy  su familia está dispersa por Europa, menos su madre que sigue en Armenia.

He charlado a mendo con él y casi siempre hablamos de religión, o de la cultura de su pueblo, cuando no cuenta algún cuento o algún chiste, que se le dan muy bien. Tiene una fe bien probada en Dios; cree firmemente que sus mandamientos y doctrina son la fuente mejor para la organización social, familiar y política; si así fuera, habría menos problemas en el mundo. Pero la muerte brutal de su padre,  las consecuencias para su familia y su pueblo, la emigración,  le hacen ser tolerante con todas las creencias, y él mismo tiene su forma particular de entender y vivir su propia fe.

Sea por esta forma suya de entender la vida, sea porque demuestra ser un hombre horado, amable, digno de toda confianza,  lo considero un amigo, y creo que él está de acuerdo en que lo somos de verdad. Esta confianza precisamente me llevó a mí el otro día a pedirle que me orientara en ese conflicto familiar  que me ocupa y preocupa tanto. Se limitó a escucharme atentamente, olvidándose de sus propios problemas; me  pidió alguna precisión de vez en cuando, hasta que se quedó mirándome en silencio, con un gesto elocuente y lleno de  empatía. Cuando yo terminé de exponerle mi problema, me regaló unas palabras que expresaban una perfecta descripción de la situación que vivo, y refuerzan sin duda la decisión que había tomado.


En nuestro caso, estoy convencido de que la fe que compartimos nos une de una manera particular, nos hace más fácil el entendimiento mutuo como personas humanas, a pesar de las diferencias. Reconozco que yo siento cierta fascinación por la iglesia armenia y ortodoxa, porque representan la pervivencia de la Iglesia más primitiva, heredera directa de aquellos que estuvieron en contacto directo con los apóstoles y primeros Padres de la Iglesia. De alguna manera este hombre responde a este sentimiento, y lo refuerza, y con él la poca fe que tengo, aunque no quisiera perderla nunca, en ninguna circunstancia que me quede por vivir.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Una reflexión personal. (Referente esencial)


La sociedad, el mundo, son realidades muy complejas, nadie lo duda, ni lo ignora. Aunque hemos alcanzado un enorme desarrollo, generación tras generación, a lo largo de la historia, siempre destacamos lo peor, lo mal que está, los desequilibrios y desigualdades disparatadas e hirientes que lo desfiguran, convirtiéndolo en un lugar inhóspito para millones de personas, en todos los tiempos, pero sobre todo en nuestros días, cuando un día, para muchos, se hace interminable. Vemos al mundo de hoy que avanza desbocado, azuzado por el odio, despreciando y atropellando a su paso todo lo que encuentra, destruyendo incluso civilizaciones laboriosamente construidas, con el esfuerzo y deseo de mejora de generaciones y generaciones.

Este modelo de progreso es, cada día,  más artificial y mecánico, habiendo llegado al grado de “progreso ensimismado”. No responde a necesidades reales humanas, sino que disfruta creando y recreándose a sí mismo, anticipándose incluso a las realidades materiales y humanas. Menosprecia su función principal: satisfacer las necesidades reales, individuales, familiares, colectivas, de los seres humanos, de todos, sin excepción. Ese es el ideal y el referente principal: el bien común, que alcanza a cada ser humano, según sus capacidades y necesidades, bien regulado, bien administrado. Tarea para la cual se debe preparar y escoger a los mejores gestores, los más justos, los más imparciales e insobornables, si de verdad queremos progresar razonablemente, con seguridad, evitando retrocesos peligrosos.

Pero ese referente ideal, el ‘bien común’, necesita un soporte muy fuerte, un anclaje insobornable, incuestionable, que sea asumido y respetado por todos a la vez. A mí me sirvió durante algún tiempo el “mundo de las ideas” de Platón, cualquiera podría entender que el Bien, la Verdad, la Luz, son ideas madre, capaces de atraer y sustentar formas de gobierno y conductas particulares ejemplares, que a la vez que nos perfeccionan individualmente  redundarían en beneficio propio, de otros y de todos.

Pero frente a este ideal, que en cada época se ha expresado y vivido de diferentes maneras, siempre combate una fuerza bruta, egoísta; peor aún, malvada, que solo busca el mal por el mal, y lo hace desde siempre. Cierto que le  ha resultado imposible impedir, y lo ha intentado a lo largo de la historia hasta desencadenar dos (o tres) guerras mundiales, que disfrutemos de un enorme desarrollo material, y de sociedades más o menos democráticas y justas, capaces de ir dando respuestas a las necesidades vitales de un número creciente de personas. Hoy, por ejemplo, podemos hablar de “Estado del bienestar” (a pesar de la crisis), en las sociedades más desarrolladas, y dicen las estadísticas que hay menos pobres en este mundo  globalizado.

Como el conocimiento del “mundo de las ideas” no me bastaba ya para garantizar un desarrollo duradero, quiero convencerme de que debe haber otra fuerza invencible a favor del ser humano: el Amor. Un amor puro,  gratuito, sin límites. Pero, ¿Dónde podremos  cimentarlo? Tiene que  ser un cimiento diamantino, puro, inalterable; y no solo una idea. El único que puede colmar esas aspiraciones tiene que ser un ser absoluto, dueño de sí mismo, coherente, incontaminado, que da la vida, la mantiene y es capaz de regenerarla.


Ese ser supremo, inconmensurable, inagotable, infinitamente amable solo puede ser uno: Dios. Un Dios que se hace hombre, que nos muestra el camino para volver a Él, a través del sacrificio de su propio Hijo. Podemos ser salvados, debemos querer ser salvados, reconocer que nuestras limitaciones exigen un complemento para alcanzar la plenitud, que no está en nosotros mismos. Es tan sencillo, que solo los limpios de corazón, los humildes, los que saben distinguir lo esencial de lo superfluo, son capaces de entenderlo, aceptarlo y dar incluso la vida por él, si fuera preciso, como han hecho a lo largo de la historia, y en la actualidad siguen haciendo los numerosos mártires contemporáneos en distintas partes de la tierra. ¡Gloria y honor a estos elegidos que nos alumbran con su testimonio!

lunes, 1 de mayo de 2017

La imparable infantilizacion de occidente


JUAN M. BLANCO

... Lo grave no es que la gente intente aparentar juventud física, recurra en exceso a la cirugía estética o a los implantes capilares. Es más preocupante que un creciente porcentaje de adultos se afane en el cultivo consciente de su propia inmadurez... La experiencia, el conocimiento que proporciona la edad no es ya virtud sino rémora, un lastre del que desprenderse a toda costaIt’s so hard to get old without a cause. Youth is like diamonds in the sun, and diamonds are forever.

Marcel Danesi, (“Forever young”), describe este síndrome colectivo: la adolescencia se extiende hoy hasta edades muy avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. La opinión pública tiende a considerar la inmadurez deseable, incluso normal para un adulto. Como resultado, cunde una sensación de inutilidad, de profunda distorsión: quienes toman las decisiones cruciales suelen ser individuos con valores adolescentes...

El discurso político se simplifica, dogmatiza, se agota en sí mismo, se limita a meras consignas, sencillas estampas. Pierde la complejidad que correspondería a un electorado adulto. En concordancia con la visión adolescente del mundo, no se exige en los líderes políticos ideas, capacidad de elaboración, sino belleza, atractivo, tópicos, divertidas frases, una imagen que conecte con un electorado envejecido en edad pero muy rejuvenecido en mentalidad.

Los nuevos tiempos son testigos de la preponderancia de los rasgos infantiles sobre los maduros. La impulsividad, los instintos, dominan a la reflexión; el placer a corto plazo a la búsqueda del horizonte. Los derechos, o privilegios, imperan sobre los denostados deberes, esas pesadas obligaciones de un adulto. La inclinación a la protesta, al pataleo, domina a la auto superación. Y la imagen se antepone al mérito y el esfuerzo.

Los medios de comunicación actúan en consecuencia: incluso la prensa más seria promociona el cotilleo más obsceno, el chascarrillo, el escándalo, esas noticias que hacen las delicias del público con mentalidad adolescente. Resulta preocupante la fuerte deriva de la prensa hacia el puro entretenimiento, la mera diversión, en detrimento de la información y análisis rigurosos. La preponderancia de ubres y glúteos sobre la opinión razonada.

El creciente infantilismo fomenta la difusión de miedos, esos temores inventados o exagerados que generan los reflejos distorsionados de la calle en la oscuridad de la habitación. Surge una “sociedad del miedo“, tremendamente conservadora, que en el cambio ve peligros, no oportunidades. Una colectividad asustadiza, víctima fácil del terrorismo internacional. Nunca fue el mundo tan seguro como en el presente; pero nunca el ciudadano medio vivió tan aterrado. Ni el intelectual tan temeroso de escribir lo que realmente ocurre. Una sociedad bastante cobarde, insegura, que se asusta de su sombra, de lo que come o respira, que siente pánico ante noticias que, por definición, no son más que excepciones. Prueba de ello es la creciente atracción por el milenarismo: igual que en la Edad Media, los predicadores del Apocalipsis ejercen una singular fascinación, aunque sólo pretendan llenarse los bolsillos.


... Y que los dirigentes han contribuido con todas sus fuerzas a diluir o difuminar la responsabilidad individual. A sumir al ciudadano poco avisado en una adolescencia permanente. El Estado paternalista aseguró al súbdito que resolvería hasta la más mínima de sus dificultades a cambio de renunciar al pensamiento crítico, de delegar en los dirigentes todas las decisiones. Fue la promesa de una interminable infancia despreocupada y feliz.

La mentalidad infantil encaja muy bien en la sociedad compuesta por grupos de intereses, que tan magistralmente describió Mancur Olson. Unas facciones que actúan como pandillas de adolescentes en entornos donde escasea la responsabilidad, donde el grito, la pataleta, el alboroto, son vías mucho más eficaces para conseguir ventajas que el mérito y el esfuerzo.

El populismo constituye la fase final, el perfeccionamiento del proceso de infantilización, la cosecha definitiva de esas semillas sembradas concienzudamente por los dirigentes del Mundo Occidental. No es tan significativa la estética quiceañera como el discurso arbitrista, empachado de “lo público”, proclive al reparto de prebendas, tendente a eliminar los restos de responsabilidad individual. Líderes adolescentes y caprichosos para una sociedad infantil, anestesiada, entretenida con los juguetes que los de arriba dejan caer a voluntad.

https://benegasyblanco.com/2017/02/28/la-imparable-infantilizacion-de-occidente/