La felicidad
exige esfuerzo. Nos obliga a rehacernos después den cada desgracia y a que
aprovechemos las oportunidades, en vez de quedar esperando milagros
Los infelices
se juntan para consolarse con la simple existencia de unos y de otros, a cada
uno le gusta exponer sus siempre tremendas fatalidades. Claro que, al final los
males de los otros son vistos siempre como banalidades, lo que lleva a cada uno
a sumar más de una desgracia a su lista personal: ¡la incomprensión!
Después están
los que llevan mal el bien de los otros, es infeliz solo porque hay otros que
no lo son.
La mayor parte
de las personas son infelices solo porque son ingratas. No reconocen todo lo
que de bueno se les ha dado y cuanto ya han conseguido. Peor aún, desprecian
todo el tiempo que todavía tienen a su disposición.
Es un
excelente ejercicio pensar en todo lo que tenemos y lo que podemos perder.
Prepararnos para la tragedia fortalece nuestro corazón, pasando a aprovechar
mejor cada momento para elegir ser feliz cada día. Continuando el camino,
cuidando de lo que se tiene, rehaciendo lo que se perdió, soñando, construyendo
y levantando obras aún mayores.
¡En verdad,
solo le pueden suceder grandes desgracias a vidas valiosas!
Los dolores y
los sueños nos señalan casi siempre el mismo camino
¡Nadie es tan
infeliz como cree, ni tan feliz como le es posible, a pesar del mundo, de los
otros y de sí mismo!
Lucha por la
felicidad, si te preocupa si eres feliz o no. A veces, lo imposible se hace
posible y nos sucede. Alimenta la esperanza para que te recuerde y apunte lo
que debes hacer, cuando estuvieras adormecido. No te dejes envolver por
fantasías.
Hay mucha
gente que es más feliz que nosotros, teniendo mucho menos. No por ser idiota,
sino por tener la sabiduría de la felicidad, aquella que considera que debemos
luchar todos los días contra nuestra voluntad íntima de ser infeliz.
La verdadera
alegría es una elección que implica sacrificio.
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