JOSÉ LUIS NUNES MARTINS
Casi nadie duda de que el amor es el camino hacia la
felicidad. Solo amando, podemos alcanzar lo más valioso que hay en la vida.
¿Por qué no lo consigue la mayoría de la gente? Porque
amar supone amarguras y sacrificios que escandan nuestros egoísmos. Porque, muchas veces,
incluso pensamos que no podemos ser felices. La verdad es que, por nosotros
mismos, no lo somos. Solo con algo más que nuestro orgullo podemos
diferenciarnos en el mundo.
Vivir es hacer camino. Siempre. El desafío de la
existencia humana es sencillo de enunciar: soñar, construir y recorrer un
camino único, nuestro. Vivir es edificar la propia vida. De ahí que no podamos
jamás pensar que la felicidad o la santidad estén fuera de nuestro alcance, ni,
tampoco, que sean algo que no es de nuestra responsabilidad.
Queremos el cielo, pero no queremos recorrer el camino
que nos lleva hasta él. Creemos que
sería mejor que el acceso a lo alto fuese siempre por un milagro, pero de
aquellos instantáneos, en que nadie tiene que hacer nada. O sea, la única cosa
que tendríamos que hacer sería extender la mano, como pidiéndole esa limosna a
Dios.
La verdad es bien diferente. Somos libres y llamados a
experimentar vivir la vida en su profundidad, en toda su amplitud y en toda su
altura. Esto es, la libertad nos vincula al deber de elegirnos a nosotros
mismos. De elegir lo que queremos ser. Si yo elijo ser simpático, lo soy. Si yo
elijo ser áspero, lo soy. Hay quien elige no escoger y así decide no ser más que… nada.
Las grandes decisiones para poder concretarse dependen de
millares de pequeñas elecciones. Si yo, por ejemplo, quiero estar bien de
salud, entonces debo tener esto en mente a lo largo de todo el día y de todas
las elecciones que soy llamado a hacer.
Ser feliz es ser santo. Son, en verdad, dos palabras para
una misma realidad. Y tal vez haya una tercera que puede sumarse a ellas: ser
héroe.
Es necesario ser héroe para sujetar las riendas de la
vida y guiarla cerca de aquellos que más amor necesitan. Unos tienen hambre,
otros sed, otros, estando enfermos o presos, se sienten abandonados. Están los
que no tienen nada que los proteja de las noches más oscuras y frías y buscan
quien pueda compartir su casa. O un simple agasajo. En todos estos está Dios
esperándonos y necesitando de nosotros.
¿Son felices los que solo acumulan riquezas o dones? No.
Son felices los que usan su sabiduría cuanto pueden, multiplicando su valor
hacen de eso instrumento del amor, cuando son capaces de ir al encuentro de los
que parecen ser los más pequeños de nuestros hermanos. Esos que la sociedad se
obstina en no ver, a pesar de que su sufrimiento es evidente y clamoroso.
La felicidad es una especie de premio para quien es capaz
de no desistir nunca de construir el camino de la felicidad, a pesar de los
dolores que eso conlleva, todos los días. Tal vez lo más difícil sean los
pequeños dolores que se van acumulando, como si nunca tuvieran fin, haciéndonos
creer que este tal vez sea el camino equivocado.
La renuncia asusta. Pero amar también significa elegir lo
que no se quiere. Los héroes renuncian a sí mismos en nombre de algo mayor que
ellos mismos. Las personas felices soportan cosas insoportables y renuncian a
la mayor parte de las cosas que las demás personas consideran esenciales para
sentirse satisfechas. Los santos viven la pureza del alma, renunciando a todo
lo que, por más agradable que sea, no es sino un engaño.
Nadie es feliz solo para sí mismo, ni santo o héroe. La
ambición y la vanidad son crímenes cometidos contra nosotros mismos, en virtud
de la pérdida de tiempo, paciencia y fuerzas a que nos obligan, desviando
nuestra atención de lo que más importa: el prójimo.
¿Quién es mi prójimo? Aquel cuya alegría o tristeza
depende de mí, aunque yo crea que mi vida no tiene relación con la de ellos. Mi
prójimo es también aquel que vive conmigo, en la misma casa, y que muchas veces
temo ver como alguien mucho peor que los desconocidos, a los cuales siempre concedo,
por el contrario, el beneficio de la duda. Mi prójimo es aquel que me ayuda a
ser mejor, si fuera bueno para él -por malo que el sea.
Ser feliz es ser fuego. Lumbre que calienta, luz que
ilumina, brillo que orienta y llama que quema lo que no sirve.
El amor recompensa con la santidad a todos los que no
quieren ser estrellas en el cielo, sino luces en la oscuridad de la tierra.
¡Todos podemos ser felices y santos! Así seamos héroes
ante Dios y nosotros mismos, siendo capaces de escoger el amor como destino de
cada uno de nuestros pasos, a pesar de todo.
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