sábado, 6 de abril de 2019

Los árboles no crecen en el cielo



 José Luís Nunes Martins


Es necesario que haya tierra fértil. Un suelo donde haya materia en descomposición. Porque la podredumbre es fecunda. Porque los sueños más bellos nacen de los contextos en descomposición.

La monotonía y el tedio nos llevan a días sin corazón. Como si la muerte hubiese vencido nuestra esperanza. Pero no siempre tiene que ser así.

Todo es singular. No hay días iguales, cosas iguales, así como tampoco hay personas iguales. Ni una misma persona es igual que era ella misma antes. La pereza nos lleva a generalizaciones que nos ahorran tener que pensar. Nos llevan al engaño de creer que sabemos lo que, al final, no sabemos. Etiquetamos todo y creemos que está visto y será así siempre.

Abrir los ojos, el corazón y la razón a lo que es único en cada cosa nos permite acceder al mundo en que vivimos, rico en belleza y autenticidad. Encontrar puntos por donde  nuestra existencia pueda crecer.

Es necesario salir y lanzar nuestra atención fuera de nosotros. Como si brotásemos de nosotros mismos.

Es a partir de cada una de nuestras tristezas, siempre únicas, como podemos hacer reales los deseos íntimos de felicidad. Así sabemos descubrir nuestra fuerza y su luz.

Así como las ramas de un árbol, también nuestra existencia se expande por caminos diferentes. Unas se secan, otras florecen y fructifican. Dan perfume de vida, expandiéndose en todas direcciones a todos los vientos.

Pero es esencial que nunca nos olvidemos de nuestras raíces. Del suelo que nos alimenta, sin que ni nosotros mismos sepamos como. Es allí, en lo más profundo de nuestra alma, donde se encuentra la simiente que es la fuente de donde brota nuestra vida.

No debemos desperdiciar la vida creyendo que siempre es igual y que será nuestra siempre.

En los días más cenicientos y tristes, sepamos ser más que pasivos testigos del mundo. Siempre somos protagonistas, incluso cuando parece que no hay nada que hacer.

La vida quiere vivir. Le basta solo una grieta y una gota de agua, que hasta pudiera ser una lágrima, para que salga de las hendiduras del suelo donde, a pesar de todo, resiste y sueña con el cielo.




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