miércoles, 24 de abril de 2019

¿Cuánto puede nuestra oración?



JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS


¡Son tantas las peticiones que formulamos a Dios que alguien de fuera puede incluso pensar que Dios debe estar siempre despistado, o durmiendo y que necesitamos por eso despertarlo para que haga lo que le estamos pidiendo!

¿Pero, Dios duerme? No. ¿Necesitará que le expresemos aquello que creemos lo mejor? ¿A caso sabemos lo que es más conveniente en cada caso? No.

¿Entonces, para que sirve mi oración? Tal vez para que yo mismo me escuche y así pueda comprender a quién y cómo debo ayudar.

Es más fácil pedir ayuda para otro que hacer lo que depende de nosotros para ayudar. Estamos acostumbrados  a no responsabilizarnos de algunas cuestiones, al mismo tiempo que, en otras, creemos que somos mucho más autónomos, hasta el punto de que creemos y decidimos como si supiésemos más que Dios.        
    
Somos capaces de rezar mucho por la mejoría de alguien cuyas condiciones de salud no son buenas. Ahora bien, tal vez sea bueno pensar cuantas veces agradecemos nuestra salud y la de aquellos que amamos. Pasarán muchos días en que demos eso como ni bueno ni malo, solo normal, cuando, en verdad, un día de buena salud es algo muy bueno,  como acabamos  por comprender así que alguien enferma.

Rezamos porque desbordamos de necesidades… rezamos por nosotros mismos, porque tenemos sed de una paz en la cual el mal está ausente. ¿Pero lo que hacemos nosotros al lado de los que luchan por el bien?

Dios quiere el bien, pero al hacernos libres no puede dejar de respetar nuestra libertad. Así, es bastante importante que estemos conscientes de la responsabilidad que eso implica. Nosotros tenemos muchos recursos, dones y fuerzas que no utilizamos porque creemos que el combate del mal y cada una de sus manifestaciones concretas no es nuestra obligación.

Tal vez ayude pensar el amor como una virtud, más que un simple sentimiento. Una virtud debe practicarse de forma constante, so pena de perderse.

¿Cuánto puede nuestra oración? Puede y debe alertarnos para lo que Dios nos pide, que al final es, muchas veces, que asumamos como nuestra la misión de cumplir lo que estamos acostumbrados a pedirle.

Asumir un papel de protagonista en un mundo donde tantas cosas están mal bien puede dar un sentido a nuestra vida. Buscando en nosotros el coraje que tenemos en lo hondo de nosotros, pero no usamos porque tenemos miedo de arriesgarnos.

En nuestro tiempo de oración debemos buscar en nosotros el coraje, la inteligencia, la sensibilidad y las fuerzas que tenemos en lo más hondo de nuestro ser, pero que muchos de nosotros creen que no tiene.

Jesús nos reveló que el criterio de salvación es amar de forma concreta a los más pequeños de nuestros hermanos, lo que nos hace dignos del cielo son las obras de las que seamos capaces para aliviar el sufrimiento de los que el mundo considera insignificantes y, por eso, invisibles.

Yo puedo dar de comer a alguien hambriento, puedo visitar a un enfermo o vestir a alguien que tiene frío… ¿pero eso acabará con el problema del hambre, de la soledad y de la falta de condiciones mínimas de bienestar en el mundo? No. Pero ayuda. Y más ayudaría si yo consiguiera reclutar más gente para esta misión.

Puede muy bien ser que aquello que Dios nos pide sea eso mismo: cuidar de los más débiles y, porque son muchos, llamar más gente a esa misión, a fin de que se cumpla, no solo en algunos, sino en todos.

La gratitud es un don del que nos podemos revestir. Es sencillo, con todo no es común, porque es difícil e implica humildad. Algunos agradecen, pero piensan que así queda todo saldado. Las hace falta mirar con atención para la grandeza de lo que les ha sido dado. Orgullosos, consideran  que lo que son y tienen es obra suya.

Puede llegar a parecer que somos agradecidos por las pequeñas cosas e ingratos por las grandes.
La gratitud por lo que tenemos y somos debe ser la luz de nuestra oración. El discernimiento que nos indica el camino  también es más fácil de encontrar cuando nos recogemos.

¿Y después de agradecer? No pidamos nada. Dios sabe muy bien lo que conviene en cada momento para aquellos que ama y lo aman amando a los más pequeños de sus hermanos.

La oración nos eleva. Nos permite ver nuestra vida de forma más clara, aunque con más exigencia y sacrificios.

Dios no necesita que lo despertemos. No está despistado. Nosotros necesitamos estar despiertos y más atentos.

Nuestra oración tiene el poder de indicarnos siempre el camino para el cielo.

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