Hoy de nuevo hemos hablado en la tertulia del abuso que
ejercen los bancos contra las escuálidas cuentas de sus clientes, especialmente
si el único ingreso de que disponen es una pensión o una ayuda social del tipo
que sea. Abuso de los bancos y de los políticos que lo consienten y no ponen
remedio alguno, ni en esto ni en que nadie, que lo desee y cumpla los
requisitos necesarios para el trabajo, pueda acceder a un trabajo que le
permita vivir lo más dignamente posible.
Esto, y la obligatoriedad de conocer el funcionamiento de
las redes sociales para todo tipo de gestiones. Pero hay muchas personas que
carecen no solo de los conocimientos necesarios, sino de los aparatos que se
requieren para someternos voluntariamente a esta nueva forma de esclavitud. La
sociedad ha cambiado, ya no es una sociedad, que forma una nación, o sea, una
suma de voluntades para garantizar el bien común, sino que ha regresado a la
organización medieval, donde imperan los
nuevos señores, y el rey es don dinero, naturalmente, y como suele
habitar en lujosos bancos, pues estos son los señores de señores.
Para distraer la atención de los ciudadanos, la plebe, de sus verdaderos intereses, se sirven
de multitud de medios, del fomento de la
división y el odio entre grupos y personas, especialmente atacando la familia
natural; fomentando ‘nuevas viejas’ ideas, creencias,
supersticiones, que conducen al
individualismo egoísta, y las asociaciones gregarias de todo tipo, para
fines a veces de dudosa moralidad.
Hace pocos días le decía yo a unos amigos en medio de una
tertulia de cafetería que ‘el desarrollo humano, en humanidad, es inversamente
proporcional al desarrollo material que hemos creado’, no sé si se puede decir en verdad
disfrutamos. Yo tiendo a ser pesimista en lo que respecta a la sociedad presente, pero en mi vida diaria no
lo soy, y no me gusta amargarle la vida a nadie.
Esto escribía hace unos días. Hoy me decido a seguir
escribiendo, porque me he dado cuenta, una vez más, de que se respira un cansancio y una hartura
‘desesperante’ entre las personas que vienen últimamente al albergue y a esta
oficina de entrada al mismo, por la cantidad de dificultades que han de
soportar o sortear para recuperar la
vida que perdieron como trabajadores, padres, esposos, etc.; o sea, para poder
acceder al trabajo y la autonomía que son el soporte de la dignidad de
cualquier persona. Algunos, más comunicativos, manifiestan con la mayor
naturalidad, lo arrepentidos que están de haberse dejado dominar por las drogas
y haber puesto su vida en peligro, así como el vivo deseo de dejar atrás la
mala vida vivida.
No pretendo dar lecciones a nadie, más bien me las dan, pero
puedo decir que lo que me mantiene en mi vida diaria con dignidad es mi fe en
Dios, más o menos firme, la cercanía de mis familiares y amigos, aunque la mayoría
estén ausentes, unos en la otra vida, y otros en la distancia.
Digo esto último porque hace pocos días uno de mis mejores
amigos me contaba un sueño extraordinario, con la mayor naturalidad, y
humildad, diría yo. Decía así: “yo andaba buscando a Jesús, como se busca a un
amigo que no se ve hace tiempo, y cuando lo encontré le dije: ‘te andaba
buscando’, y Él, sonriendo, me contestó: ‘no tienes que buscarme, yo te
encuentro”. Yo me quedé atónito, porque mi amigo dice que él cree, pero a su
manera; no ha pisado apenas una iglesia, ni le dice mucho, no ha tenido el
menor trato con curas. Al preguntarle
cómo era el Jesús que pudo contemplar en su sueño me respondió que era joven,
de rostro algo aniñado y agradable, sonriente, y que iba vestido con una túnica
amplia.
Es lo mejor que le puede pasar a alguien, aunque sea un
sueño, quien sabe si el sueño no es una forma de comunicarse el mismo Dios,
para que no nos asustemos, para regalarnos un descanso en el duro caminar de
esta vida.
Pues que así sea para tantos como se ven angustiados,
desesperanzados. Gracias a quien tiene el corazón de compartir sueño tan
extraordinario, que puede servir para despertar la esperanza de todos los que tengan la
oportunidad de conocerlo.
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