domingo, 4 de mayo de 2014

Ser madre es aceptar. Todo

José Luís Nunes Martins (mãe: Isilda de Jesus Martins)
jornal i
3 maio 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/ser-mae-aceitar-tudo




Ilustração de Carlos Ribeiro

Ser madre es recibir en sí a otro que le viene de fuera y lo escoge en vista de un futuro que presiente pero que, de manera ninguna, sabe explicar. Ser madre es, antes que nada, aceptar. Todo. Todo.

Es aceptar en sí a otro para el cual ella se convierte en el mundo: gestándolo, alimentándolo, comiendo, debiendo y respirando con él… él dentro de sí, ella en torno a él.

Es dejar a ese otro ir a fuera y volver a recibirlo cada día, cuando él vuelva, cuando él se rebela y, también, cuando él no vuelve…

Ser madre es acoger lo que otro le da. Pero no como quien se alimenta de lo que le viene de fuera, transformándolo en vida, que coge en sí, y devolviéndolo al mundo, ya muerto, aquello que sobra. Ser madre es darse como alimento, transformándose en la vida de aquel a quien se da para después… volver después al mundo, desgastada, sólo con lo que le sobra.

Ser madre es darse. Aceptando siempre cualquier resultado y respuesta.

Una madre, más que dar un hijo al mundo, debe dar un mundo al hijo. Uno mejor que este, lleno de esperanza y sueños, con formas y fuerzas para concretarlo. Dándose. Renunciando a sí misma. Amando de la forma más sublime y real, pura y concreta. Humana y divina. Acogiendo como suya esta obligación absoluta de amar a quien no siempre se da cuenta de su valor.

Es experimentar una vida en que la alegría se conjuga con la tristeza, la gracia con la desgracia, la esperanza con la desesperación. Como si las emociones tuviesen una amplitud gigantesca pero donde, aún así, importa garantizar que todas las tempestades interiores no se vean desde el exterior… una madre da la paz que tantas veces no tiene.

Tal vez la familia sea una casa con doble pared. La madre es la pared interior que inspira y orienta el interior. El padre es la pared exterior que protege y garantiza la supervivencia… sin embargo, ante la falta de otro, una madre es capaz de casi todo; un padre, también.

Una buena madre es un misterio con tres dones: la sencillez, la presencia y el silencio.

Está siempre presente, casi siempre atenta y en silencio, y es a partir de ahí cuando nos llegan las más sabias preguntas y respuestas. De forma simple: nos ama.


Ser madre ya es ser perfecto. Ninguna madre tiene en sí todas las cualidades humanas y, menos aún, vive sin errores, pero,  a pesar de todo, abraza a los hijos tal como son, por pocas cualidades que tengan, por mayores que sean sus errores… ser madre, así, es cuanto basta para ser perfecto.

Una madre perdona siempre. Más aún de corazón sacrificado, prefiere pensar que la culpa es suya y no de quien así la crucifica. Acepta todo. Sin exigir nada. Por último, una madre es Dios con nosotros.

Nos enseña a ser más fuerte que los miedos, no por medio de discursos inspirados, sino por la grandeza y humildad de su ejemplo. Es capaz de ofrecernos el mar con sólo una sonrisa y la vida entera con una sola lágrima… que no será más que una gota del inmenso mar de su amor.

Más allá de nuestra madre, no serán tantas las caricias y las ternuras que nos hagan falta, pero su generosidad y forma bondadosa de aceptarnos así, tal como somos…

Una madre nos ve el alma sólo con mirarnos a los ojos.

Hay pocas madres. Muchas mujeres tienen hijos pero no son madres, porque hay pocas que sean más fuertes que los egoísmos… hay quien cree que ser madre es tener hijos. Pero ser madre no es tener, es ser. Sólo ser. Ser quien se es en los hijos y por los hijos. Es vivir de lleno entre dos corazones. Es ser más… por ser menos.
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