domingo, 11 de mayo de 2014

No soy feliz, pero…




Ilustração de Carlos Ribeiro

La felicidad no se conquista con los ojos secos. Sólo las lágrimas lo hacen posible. Todos tenemos en lo íntimo un fuego que quema y consume, que quema e ilumina, una voluntad que nos da coraje para ir lejos de aquí, a lo alto, a después de este tiempo.

Es preciso entregar todas las tristezas a ese fuego íntimo, dejar que pierdan la fuerza de sus apariencias, a fin de que podamos tener acceso a la realidad por detrás de o que pasa. Cuántas veces es la ausencia de la persona amada lo que más hace crecer nuestro amor por ella… La superación de la desgracia abre las puertas a una alegría más profunda. Las lágrimas son una prueba a la voluntad de ser feliz – por ellas, mejora, crece y se fortalece, y, con ellas, alcanza su fin.

Pero es necesario que se entregue al fuego también lo que creemos bueno, para que se pruebe en profundidad… para que no haya ilusiones. Para que vivamos en verdad.

Es preciso pues exponer todo a este fuego que, en el tiempo, destruye lo pasajero y revela lo esencial, reduce a cenizas lo que es de aquí y eleva al cielo lo que no es. El amor es fuego y luz… el infierno sólo las tinieblas, soledad, frío.

Es esta luz lo que permite que comprendamos nuestra vida, que la aceptemos, pero también es, esa misma luz, la estrella que nos indica el camino. La vida es una lucha constante.

Nuestra existencia es una inquietud permanente. Eso es una señal más de que no somos de aquí, que tal vez hayamos sido creados para otro mundo…

Es muy duro vivir y tener que luchar con el freno de la duda, durísimo tener que cambiar de vida cada poco tiempo… siempre con esperanza, nunca con certezas… el camino cierto será el que conlleva los mayores sacrificios.

Es preciso subir a lo alto de la montaña para poder contemplar la belleza del mundo. Será doloroso llegar a la cumbre. Pero, al final, cada hombre también es lo que aspira ser y aquello por lo cual está dispuesto a dar la vida.

La felicidad depende de lo que yo fuera capaz de hacer y no sólo por mi capacidad de esperar con fe que algo suceda. Dependo de mis gestos.

Habrá muchos que sientan como una afrenta el que un hombre se disponga, contra todo y contra todos, a pesar de todo y de todos, a hacer su camino para ir más allá, más allá de las certezas de los siempre escépticos. Pagando el precio de la felicidad en sufrimiento y lanzándose hacia lo mejor de sí… para el cielo que le hace falta.

Cada uno de nosotros es un ser único, por lo que cualquier comparación con otros es un error. Habrá siempre quien quiera juzgar nuestra vida a partir de la suya, se convencen de que están acertados, y que nosotros  estamos equivocados, porque, de forma muy simple, nosotros no somos como ellos. Gran parte de las personas escoge mal, pero eso no implica que nosotros tengamos que hacerlo también. No, y tampoco, que nos dejemos afectar por lo que piensan, dicen y son.

A pesar de estar solos muchas veces, no estamos solos. Podemos vivir lejos del espacio y el tiempo en que la vida nos encuentra, presintiendo sólo la presencia de otros que, como nosotros, no desesperan y entregan la vida al sueño de ser felices. Somos parte de un firmamento de voluntades libres, un cielo infinito donde ninguna estrella está sola.

Luchar por aquello en que se tiene fe no es dejar de tener corazón, por eso se sufre tanto a pesar de la esperanza. Pocos llegan a comprender  que su tiempo no sirve para sí, sino para el amor, que es la llama que nos llama y nos lleva al paraíso.

Pobres de los felices, de los que están hartos y saciados con lo que tienen y son aquí. Corazones mezquinos a quien falta la sed de lo infinito, el hambre de amor.

No soy feliz, pero estoy en camino.


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