viernes, 30 de marzo de 2018

EL SILENCIO PURO DE LA ORACIÓN




José Luís Nunes Martins


Un hombre muere por nosotros, la pena que debía ser nuestra la asume Él. Nos ama de tal forma que ni nosotros conseguimos comprender bien por qué, pues no somos dignos de algo tan grande.

¿Qué oyes cuando hablas? Sólo lo que tú mismo dices.

¿Qué pretendes escuchar cuando rezas?¿Sólo lo que tú dices?

Para escuchar es necesario el silencio. La verdad susurra. Para oír, es necesario vaciarnos de todas las distracciones.

La verdad se dice en silencio. La presencia de alguien es su verdad más sólida. Amar es escoger estar y decidir estar allí, con aquella persona. Sin grandes palabras.

El silencio es un arma poderosa en relación con el prójimo. Es capaz de ser una espada afilada con la que defendemos el bien, pero también un instrumento eficaz para el mal. Es importante saber usar el silencio en la certeza de que nuestra vida es una misión que cumplir, con obras y no con palabras.

A veces, nos falta la fe y queremos, a toda costa, amar con palabras. Como si eso fuese importante, o siquiera posible. El amor que se puede dar mediante palabras no es auténtico. Las palabras son muy pequeñas y demasiado duras. El amor puro es grande y lleno de vida. Sólo el silencio lo dice. A la vez que es también en el silencio como se acostumbra a ocultar.

Ante el sufrimiento, ¿Qué podemos decir? Todo. Pero lo mejor es no decir nada y cuidar de que estuviera a nuestro alcance. Escuchar el dolor. Empeñándonos en estar abiertos a los significados profundos que el dolor pueda tener, aunque no lo podamos comprender. El que sufre no quiere discursos, quiere la verdad más clara: la paz que es amor. A veces, quiere compartir su dolor con nosotros… y eso, a pesar de ser duro, está a nuestro alcance.

Un hombre muere por nosotros, la pena que debía ser nuestra la asume Él. Nos ama de tal forma que ni nosotros conseguimos comprender bien por qué, pues no somos dignos de algo tan grande. Desconfiamos de la verdad, preferimos una historia cualquiera que no nos comprometa de manera tan absoluta. En los silencios ante todo esto… navegamos por nuestros dolores, sufriendo un poco, como si nuestros sufrimientos fuesen mayores que los que  entregó su vida por nosotros.

En algunos momentos, en los silencios puros en medio de todo el ruido de nuestros pensamientos, hay una oscuridad enorme de donde nace la luz… que no se ve, pero ilumina. Que no se escucha, pero es el camino.

Cuando rezamos, debemos entregarnos. Renunciando a todos los pequeños egoísmos en favor de quien está delante de nosotros, amándolo. Sin grandes palabras.

El silencio es más que un desierto. Es una montaña por donde se sube con paciencia y, en paz, si se escucha a Dios.



sábado, 24 de marzo de 2018

La vida es siempre subiendo




Opinión de JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS



La vida siempre se hace subiendo. Es duro que así sea, más aún cuando la caída en el abismo está casi siempre a solo un paso… para atrás.

No quiero ir hacia donde los vientos de las tempestades me quieren llevar. He de crear raíces cada vez más profundas… y esperar con paciencia la brisa que me ha de abrazar, sanándome las heridas y trayéndome la paz que busco.

Me voy a equivocar muchas veces, y después de cada una he de arrepentirme.

Voy a orientar mi camino por la fe, porque aún cuando fallo, su luz no deja de librarme de las tinieblas.

La vida es siempre hacia arriba. Es duro que así sea, más aún cuando la caída en el abismo está casi siempre a un paso… para atrás.

Pero lo que más me importa en la existencia es llegar más alto.

Comencé a escribir cuando era adolescente. Recuerdo aplicarme con ahínco en perfeccionar las técnicas de composición de cartas y cuentos… prosas poéticas que buscaban las profundidades del corazón, bajo la forma de pequeños textos.

Más tarde, fui estudiando el tema de la muerte y del sentido de la existencia, al mismo tiempo que cursaba los estudios de filosofía con investigaciones más o menos libres sobre las diferentes espiritualidades. Procuré también aprender lo posible sobre la fe cristiana. Pero quise siempre escribir, porque me gusta. Siendo que, tal vez, por razones no tan nobles, me gusta ser leído. Tal vez por creer que mis escritos pueden servir a alguien y, por eso, son una forma de ayuda que doy. No se trata nunca de una autoayuda, sino de un incentivo al amor, que es lo contrario de la autoayuda, pero que obtiene lo que ella solo promete.

El día 1 de abril de 2011 escribí mi primera crónica semanal en el periódico i. Desde esa semana hasta hoy, sin ninguna excepción, escribí y publiqué una crónica semanalmente. Se cumplen siete años.

No voy a dejar de escribir. No voy a dejar de publicar cada semana. Pero voy a cambiar. Creo que es el momento para hacerlo.

Dejaré de publicar en Renascença, con la esperanza de volver algún día.

Probaré en otros formatos, comentarios de actualidad, también con palabras dichas –que siempre son más informales… En mi página de facebook daré todas las novedades.

Agradezco a quien me lee, mucho. Si no me leyese, yo tal vez no escribiría y, si no escribiese yo no sería quien soy. Agradecido, pues a todos los que me permiten ser quien soy.

¡Una de las equivocaciones que más veces me suceden se desprende del hecho de que algunas personas creen que, por que escribo, debo sr alguien con más virtud de lo normal! Y no es falsa modestia. Es la realidad. Me gusta escribir y aprendí a seguir una línea que puede hacer que parezca que la sabiduría de lo que escribo viene de mí. No viene. Lo que bueno de lo que escribo, no son ideas mías, son registros de lo que me es dado saber y sentir.

Tengo la certeza, absoluta, de que cada una de las personas que lee mis textos tiene un don. Algo que le permite tener más paz y ser quien es, con autenticidad y de forma profunda. Puede ser cualquier cosa, es posible que sea algo como cortar madera o admirar el mar al mismo tiempo que pega botones. Andar por la ciudad o admirar toda la belleza que hay en un árbol.

No importa cuál sea su don, lo importante es que lo cumpla. El no hacer es pasar por la vida sin vivir. Es sobrevivir sin existir. Es perder la única posibilidad de ser quien es. Es tener una vida sin sentido. Sin vivir.

No deje de hacer. Por los que ama. Por el mundo.

La felicidad no es algo que se adquiera. Es lo que sucede, de forma natural, cuando desarrollamos nuestros dones. Pudiendo llegar a ser mejores. Supone trabajo, sacrificios y fracasos. Muchos, muchos. Sí, la vida es siempre subiendo. ¿Pero al final, qué importa eso cuando lo que queremos es el cielo?

El cielo es el lugar donde están nuestras semillas y raíces.


                                                                 Ilustração de Carlos Ribeiro

viernes, 23 de marzo de 2018

¡Ana, hasta siempre!




No voy a juzgarte yo, y menos ahora, que estás en las manos más acogedoras de todas. Tengo la sensación, y casi la seguridad,  de estar viéndote  embelesada contemplando, cara a cara, el núcleo del Misterio,   la Maravilla de las maravillas,  que contiene todo lo bueno que has podido imaginar durante toda tu vida.

Me encantaba escucharte, durante horas, sentados en torno a la mesa de la oficina, cuando Blanca te citaba a última hora, para que pudieras hablar con tranquilidad, y también con el fin de averiguar tu identidad, para poder ayudarte mejor.

La verdad es que conseguías atraer nuestra atención, cuando nos transportabas en tus innumerables viajes por el mundo, tratando de seguirte en cada una de tus  aventuras,  procurando no perderte de vista, sobre todo cuando  tenías que disfrazarte para no dejar pistas a tus perseguidores.  

Ya no tienes necesidad de ocultarte, todo está claro para ti, que es lo que importa. Estás en la mejor compañía. Viviste ‘de aquella manera’, sin techo gran parte de tu vida. Te fuiste sola, pero, como premio,  te ha recibido una multitud gloriosa. Ahora nos ves a nosotros y la vida que pasaste aquí, sin rencor, como lo hacías ya en vida, siempre esbozando una sonrisa, y con tu  tono de tu voz cálida y amigable.

No puedo dejar de oírte decir mi nombre en la oficina hace  pocos días, la última vez que viniste a hablar con Miguel. Lo considero tu despedida personal anticipada y espero no dejar de escucharlo nunca. También en el albergue Federico Ozanan pueden sentirse satisfechos de haberte cobijado los últimos días de tu vida, y aquellas personas, que con sus escasos medios, te atendieron antes, por amistad, por humanidad.

Ana, hasta siempre, en la eternidad, ya sabes que no olvidaré jamás aquellas largas conversaciones, ni la última vez que pronunciaste mi nombre, con tanta claridad y afecto. Descansa en paz.