jueves, 31 de julio de 2014

Rescatador de monedas



Hoy ha venido un hombre, pura sensibilidad. Está sentado escuchando atentamente la conversación, participando nada más con gestos y asintiendo, negando, o sonriendo, según le parezcan más o menos acertadas o interesantes las distintas aportaciones.

Sólo cuando se han ido, o se han callado los que más hablaban, entonces se dirige a mí, para manifestarme su confianza y a la vez contarnos lo que hace. Nos  dice que él se dedica a bucear por ahí y rescata monedas del fondo de la bahía, monedas de todas las épocas y de todos los países. Nos muestra unas cuantas, y yo le pregunto donde las guarda, porque al vivir en la calle no es muy prudente decirlo en público… (hacía un momento que W. nos había contado cómo ayer tuvo que pelearse con dos extranjeros porque le quisieron robar su guitarra).

Él no le dio importancia, y nos preguntó si sabíamos donde podía venderlas. Le tocaba entrar con la trabajadora, tardó poco en salir y se iba sin despedirse, de prisa porque era tarde para comer. En esto que vuelve a entrar, y no le salen las palabras, está emocionado, ¡no sabe cómo agradecernos la atención que le hemos prestado! Le saltan las lágrimas y nos dice entre dientes que está pasando una mala racha -quizá por eso se refugia en el fondo del mar, rescatando tesoros olvidados- ,  desea hablar con nosotros, y le da corte tener que marcharse. Lo convencemos para que se vaya a comer, a descansar, que falta le hace, y mañana vuelva para charlar todo lo que quiera con nosotros. Se fue más tranquilo.

miércoles, 30 de julio de 2014

Algo ha cambiado



Después de este largo paréntesis, meses, de “convalecencia emocional”, acosado por la crisis, y algunos achaques más, vuelvo al voluntariado, aunque confieso que algo desentrenado, y con  pérdida de facultades: se me han olvidado muchos nombres, me cuesta reconocer a algunas personas; sobre todo escucho con dificultad, y me canso pronto. Pero poco a poco noto que me recupero, me dejo llevar, y los problemas ajenos, aunque me resulten familiares, no me pueden como antes.

Hay otro ambiente, otro tipo de personas, aunque sean personas sin hogar y muchas de ellas ya hubieran pasado en más de una ocasión por esta oficina. En estos momentos hay marroquíes, casi siempre tan discretos; la mayoría son españoles, pero no son personas que lleven mucho tiempo en la calle, sino personas que “se ven” en la calle, por la ruptura de la pareja en muchos casos. No da la sensación de que los que vienen sean personas sin hogar, sino personas que acaban de perder su familia, sus trabajos, y buscan una ayuda, información,  para no verse forzosamente en la calle.

 Sigo pensando y diciendo que se debe contar como una de las grandes causas de la crisis económica la ruptura de las parejas, porque cada familia que se rompe es una “pequeña empresa fantástica” que quiebra, y en el reparto de los bienes, a menudo escasos,  todos salen perjudicados. La justicia no ayuda mucho, y con cierta frecuencia es injusta al tratar de resolver estos casos, sólo intenta garantizar la manutención de los más débiles, los niños, o de la mujer, que no es tan débil siempre; el daño moral y afectivo que se causan mutuamente es en muchos casos irrecuperable y de difícil solución;  por eso muchos hombres, se quedan en la calle, tratando de recuperar el bienestar perdido sin lograrlo.

Me agradó mucho ver allí a R., la primera vez que vino, hará más de un año, era un ser asustadizo, acostumbrada a sufrir abusos por parte de todos los que la rodeaban, comenzando por su propia casa; y por eso se echó a la calle, de donde la “recogió” alguien para seguir abusando de ella, aunque intentara aparentar lo contrario. Me dice que  ya se ha librado de él. Gracias a Dios viene muy recuperada, con ganas de seguir defendiéndose.

También acudió a pedir ayuda una mujer a la que yo había atendido durante años en una cáritas parroquial, y  no la habría reconocido si ella no me dice quién es. No es sólo mi despiste el que no me permite reconocerla, es su apariencia, y no porque vaya mal vestida o desaseada, no, es que su expresión no es la misma y el desgaste físico es evidente. Entonces, cuando yo la atendía en la parroquia, siempre iba acompañada de su pareja y tres niños, que llamaban la atención, y a menudo charlaban con nosotros y nos contaban su vida y sus preocupaciones, siempre con buen humor, a pesar de los pesares. Ahora está así porque su pareja la ha dejado, embarazada del cuarto hijo, por otra mujer; vive de ocupa,  y aunque tiene los papeles firmados por el juez para que su pareja le pase la manutención de los hijos, no lo está haciendo. Los hijos los dejó con una hermana, para que no durmieran en la calle, pero dice orgullosa que su hijo mayor (11 años) no quería dejarla ir a dormir a la calle sola.

Observo que un hombre joven, con buen aspecto físico,   mira a los que hablan, sonríe algo forzadamente, pero él no habla; intento entablar conversación con él, y me dice más con los gestos que con palabras, que la causa de su presencia en esta oficina son los problemas de pareja.

Y hay, por último, un asiduo usuario, desde la apertura al cierre de la oficina,  con “incontinencia verbal”- dicho con el mayor cariño-, que recuerda y lamenta  constantemente lo mucho que tuvo y ahora, por la separación, no tiene nada. Echa de menos a su hijo, y nos muestra la foto en el móvil para que veamos lo guapo que es. Intenta buscar trabajo pero ha tenido un “accidente” inoportuno que le ha dañado un brazo y no puede presentarse así a pedir trabajo, para que lo despidan y no vuelvan a fiarse de él. Venía con un chico joven que se había ido de casa, sólo capté que por causa del mal comportamiento del padre con él, y nos decía cómo le había ayudado facilitándole ropa, calzado,  y protegiéndolo.

Eso sí, la mayoría, gran parte del tiempo que pasan allí, están con la vista fija en el móvil, de vez en cuando levantan la vista, sonríen, y algunos hablan algo.



domingo, 27 de julio de 2014

Elogio de la audacia



                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Cada decisión debe ser pensada. El gobierno de nuestra vida debe pasar por un examen cuidadoso de las circunstancias, una consideración de todas las perspectivas posibles, escogiendo los fines y los medios seguros y adecuados.

Esta coherencia se construye mediante una conciencia que equilibra todas las partes. La prudencia es un pilar esencial de nuestra estructura interior.

Importa aceptar el mundo y cuidar siempre de proyectarnos y conducirnos en función de la realidad. Desconfiando de lo que se oye o se ve…  sospechando incluso de nosotros mismos y de nuestra capacidad de analizar, evaluar y decidir. Sólo quien es humilde distingue lo deseable de lo indeseable.

Pero esperar por rigurosas certezas es un enorme error. La prudencia aconseja que no se pierdan las oportunidades, actuando, en esos momentos, sin grandes pensamientos o moderaciones.

El mayor peligro en la vida es el de perdernos por falta de coraje. Aquellos que escogen ser cobardes deciden ser nada en vez de ser…

Una cierta ponderación permite tomar tiempo con antelación y administrar el esfuerzo; el exceso de timidez hace como que nada tenga sentido. Quien reusa el papel de autor y actor de su destino se condena a ser espectador y figurante de un teatro que nunca llega a representarse.

Los prudentes pueden vivir mucho más que los audaces, pero ninguno llega a ser feliz sin arriesgar. El amor no es compatible con muchos discernimientos.


Debemos cuidar de nosotros mismos, de garantizar nuestra comodidad, hoy y mañana. Pero hay valores mucho más altos que nuestra tranquilidad. ¿Para qué nos sirven los años si no somos capaces de superar el egoísmo? ¿De qué nos sirve una vida entera si no somos capaces de arriesgarnos a la vista de lo mejor?