jueves, 5 de enero de 2017

¿Quién tiene miedo a las pesadillas?


JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS

¡Las ideas que formamos a cerca de las cosas pueden atormentarnos mucho más que las propias cosas, por malas que sean!

Nuestra racionalidad llena los espacios vacíos del conocimiento con creaciones de la imaginación. Pero el resultado nunca es bueno, cuando se termina por confundir lo imaginario con lo real. La imaginación tiende a deformar la realidad, presentándonos como peor lo que no es tan malo, o mejor, lo que no es tan bueno.

Cuando se imagina lo mejor es más sublime, el riesgo de desilusión aumenta de forma brutal, al punto de bastar un instante de realidad para que la catedral que construimos se reduzca a una mera sombra de polvo que se posa sobre las ruinas.

Cuando la imaginación se deja guiar por el mal, crea desgracias de tal forma trágicas que nos hacen sufrir más que si fuesen reales.

Por eso, es necesario tomar una cierta distancia entre la realidad y la representación que de ella nos hace la imaginación.
Ya es preocupación suficiente intentar resolver los problemas reales de hoy, no perdiéndonos en hipótesis más o menos creíbles. ¿De qué vale huir de los males de hoy rumbo a lo que nos parece ser un sueño si, en realidad, estuviéramos metiéndonos en una verdadera pesadilla?
Lo que es más cierto es lo incierto y es necesario aprender a vivir con ello, a pesar de los miedos y de las ilusiones.

Cada uno de nosotros es también una obra hecha de sueños y pesadillas. Pero somos más, mucho más. Somos lo que ningún sueño o pesadilla consigue ser: somos vida. Una vida concreta, irrepetible y auténtica.

Lo peor de los sueños es que pasan; lo mejor de las pesadillas es que pasan también.
El bien parece siempre tardar y después volar lejos; el mal parece empeñarse en quedarse... pero cada uno de nosotros escoge lo que quiere dentro de sí y lo que sale fuera de su corazón.



(ilustração de Carlos Ribeiro)



miércoles, 4 de enero de 2017

Una transformación social inquietante


Esta misma mañana recordaba con la trabajadora social y amiga, con la que compartí varios años su trabajo, a algunas de las personas que tratamos juntos y que no hemos vuelto a ver. No pude por menos de exclamar, con asombro e impotencia, porque no logro entender qué está pasando en nuestra sociedad y con las personas: ¡Qué diferente es todo ahora, B., Qué raro! Hace apenas tres años o cuatro eran ‘otras’ personas las que acudían, ‘otras’ las personas que les atendíamos, siendo los mismos, y hablábamos de otra manera y otros contenidos..., más humanamente.

Ahora cuesta más llegar a las personas. Hay como un temor a expresarse auténticamente, hay que
decir lo que se espera socialmente que se diga, no se pueden expresar ideas contrarias a la ‘moda relativista’ y a la tolerancia discriminatoria. Pero, los cambios sociales se barruntan antes entre los marginados, entre los excluidos de la sociedad, porque son sus víctimas, y por eso son los primeros en acusar los cambios que se avecinan, y que  tienen su origen en los centros de poder, en lobis de corrientes de pensamiento, en ‘nuevas’ ideologías excluyentes, donde se ha gestado una crisis controlada, que aparentemente se les ha ido de las manos. Allí parece que todo sigue igual, están pertrechados ante la crisis global, siguen viviendo como si nada pasara; pero en los márgenes... allí van a parar los cascotes, los desechos de la crisis, ahí sí se reciben los golpes más fuertes, porque es la frontera.


Son muchos, millones, los que caen en la marginación y quieren recuperar su estatus anterior:
marido/esposa,  padre/madre, trabajador/a, tener casa propia o alquilada, cumplir sus obligaciones fiscales y sus deberes sociales como un ciudadano de plenos derechos... Pero no pueden. Se les han cerrado demasiadas puertas, han cortado demasiados lazos que les unía a la sociedad activa. Demasiado tiempo careciendo de todo eso obliga a asumir otros papeles, otras formas de vida, y eso no siempre se consigue. Como es tan dura la realidad que hay que soportar, unos buscan refugio en cualquier tipo de droga; otros, más fuertes, tratan de vivir sobrios y vagan de albergue en albergue por todo el territorio nacional, incluso extranjero, otros se esfuerzan por permanecer en alguna ciudad tratando de conseguir de algún modo una estabilidad aunque sea precaria.

(Cuanta no será la desesperación de algunos que esta misma mañana una persona que padece un trastorno mental considerable, gritaba en la oficina ¡¿Por qué pone ahí (en un cartel del Programa Diocesano para Personas sin Hogar) Personas sin hogar?! ¡Aquí no hay personas sin hogar, yo estoy empadronada aquí, este es mi hogar! ¡Que quiten eso de ahí, yo no soy una persona sin hogar, mañana mismo quiero que se quite eso de ahí!...)

Esta sociedad ha sucumbido en gran medida a los halagos del Padre de la Mentira: ‘seréis como dioses’. La desobediencia, la falta de respeto, se ha extendido de abajo arriba, de derecha a izquierda, no ha dejado una sola de las defensas que la sabiduría de la historia había construido sin contaminar, destruyéndola desde dentro. El buenismo es destructivo, y ataca a la Bondad, a la Justicia, a la Prudencia y a la Templanza ante las adversidades y las dificultades de la vida, porque han de seguir ocurriendo, y no se les puede hacer frente sin voluntad suficiente para vencerlas. Todos hemos caído en esa trampa del desarme moral y de principios, que nos deja totalmente desamparados a la hora de la verdad, a la hora de tener que hacer un esfuerzo por mantenerse vivo. Así desaparece también la empatía por el género humano sin discriminaciones, el desprecio por lo que no nos agrada, ‘no tenemos por qué aguantar a nada ni a nadie’, ¡Claro, pero si no nos aguantamos a nosotros mismos!


‘La familia en España es un caos’, decía una persona que está saliendo de la trampa del Padre
de la Mentira. Otro valiente me decía que ‘lo que está pasando no ocurre porque sí, obedece a una voluntad que lo ha buscado con tesón y efectividad’. Si la familia es un caos, la sociedad es el paso siguiente, y una vez que se hayan contaminado un gran número de personas, incluso desde niños,  es más fácil dominar una sociedad apática, hedonista, simple, que regresa a la pura animalidad-bestialidad, porque ha renunciado a su libertad, su pensamiento libre... Algo grave está pasando. El Nuevo año no lo será, si las personas no estamos dispuestas a que de verdad lo sea, empezando cada uno consigo mismo. OM

domingo, 1 de enero de 2017

Por fin llegó una cita de trabajo


Pero, antes de recibir esta grata noticia ocurrieron muchas cosas hoy. “La familia en España es un caos”. Con estas palabras comenzaba nuestra tertulia esta mañana. ‘Nadie se habla entre hermanos, padres e hijos’. “Yo, soy la oveja negra de la familia, pero que no se hablen mis hermanos, que son todos ‘gente normal’ eso no lo entiendo...”

La verdad es que estamos tan enredados entre nuestras propias redes y mentiras o medias verdades, sobreviviendo sin muchas luces en una sociedad cada vez más compleja, cuando no contradictoria, que no acertamos a ver para encontrar soluciones adecuadas para nosotros mismos. Algunos, después de muchas terapias y mucha voluntad,  encuentran su verdad, y con ella la salida y el fin de sus problemas. Pero, socialmente, es difícil sortear las trampas que nos tienden intereses múltiples, desde el capitalismo insaciable a la izquierda ideologizada e inútil. Al ataque a la familia tradicional, se suma un sistema educativo nefasto, sometido igualmente a la dictadura del buenismo y el relativismo, con desprecio absoluto del esfuerzo y el mérito, destruyendo así cualquier anclaje o modelo con autoridad intelectual y natural para avanzar seguros en la vida.

Ha vuelto a morir un sin techo en la calle. Los más sensibilizados nos alarmamos cuando alguien muere en la calle,  hasta nos manifestamos, no sin razón. Pero  igual nos sobrepasamos, por ‘buena voluntad’, sin duda, o sobreactuamos en otros casos.

Las personas sin hogar, a menudo son discretas, y no siempre están dispuestas a hablar de sí mimas, como si quisieran guardar su intimidad aunque esté maltrecha y herida; pero es ‘lo que les queda de sí mismos’. Esta persona, u otras, quizá no quisieran protagonismo, ni siquiera a la hora de la muerte. Otra cosa es que se le acompañe en el tránsito al último albergue, confiados en que la misericordia divina tiene siempre una morada para el que ha sufrido mucho en este valle de lágrimas.

Sí, yo he escuchado muchas veces de labios de algunos sin techo frases que lo prueban: ‘ya vais a hacer la foto... para que vean cómo dais de comer a los pobres’, esta fue la última que escuché, y se refería a nosotros mismos, que tratábamos de festejar muy sencillamente, creíamos que en familia..., la Navidad, y no teníamos intención de hacer fotos.

¿Pero quién está haciendo algo efectivo, serio, solidario al cien por cien, con el que sufre desamparo y cae en la exclusión social? ¿Los sindicatos, el gobierno, los políticos, los ‘empleadores’ con beneficios incalculables...?  Ayer llamaron a un amigo para una entrevista, y parecía casi un milagro, lo encontré optimista, animado, había recuperado por un instante su dignidad, su capacidad de soñar con un futuro prometedor... Daba gusto. Después de meses, años, semanas, días echando currículos por todas partes, un simple detalle le devolvió la dignidad de persona, de trabajador, la confianza en sí mismo.

De ahí, en conversación con otro amigo, sacábamos conclusiones, y decía él: ‘verdaderamente al gobierno, a los sindicatos, a los políticos, les importamos bien poco’, si no, ¡cómo es posible que permitan que haya cientos, miles, millones de desempleados, día tras día y año tras año! ¡Cómo es posible que no se les ocurra alguna forma de mantener a las personas en expectativa de algún trabajo próximo, aunque fuera por unos meses!

¡O nos salvamos todos, o no nos salvamos ninguno, porque desaparecerá la sociedad democráticamente entendida y caerá en manos del más fuerte!  La realidad es que cada día hay más personas viviendo en la calle, porque no se ha previsto el aumento de plazas en albergues, o en pisos tutelados, para esas personas que se ven abocadas a la dependencia absoluta, al desamparo total, de sus familias y del Estado. La exclusión social humilla al que la sufre y a quienes la provocan o son causa consciente o inconsciente de ella.


Si todos nacemos iguales, hijos del mismo Padre, todopoderoso y dueño de la vida, Señor de la muerte, los que fallamos somos nosotros, que no seguimos los mejores impulsos de nuestro corazón, la voz de nuestra conciencia que, si no padecemos algún trastorno mental, distingue caramente lo que está bien y lo que está mal, y aún así preferimos procurar la seguridad propia por encima del bien común. OM