sábado, 19 de mayo de 2018

El pecado es una corrupción




José Luís Nunes Martins



Las tentaciones de lo fácil, inmediato y aparente, son poderosas y atrayentes. Es difícil poner los ojos en el bien a largo plazo, sin dejarnos seducir por todo lo que nos desvía de nuestro camino.

Hoy, más que nunca, hay poca capacidad para esperar y para construir algo firme y robusto. Se prefiere lo que no da trabajo, lo instantáneo y lo que tiene apariencia de agradable.

Existe corrupción siempre que algo contradice la propia naturaleza. La vida es creación, no es ruina, pérdida ni destrucción.

Viciar es volver malo lo que era virtuoso. Devaluar lo que era precioso. El vicio es una osadía en el mal.

La diferencia entre la perseverancia y la osadía radica en la consciencia que debemos tener en conjunto con nuestra voluntad. Osado es el que persiste en el mal de forma ciega, cerrando sus ojos a cualquier tipo de comprensión sobre los medios o el fin de su insistencia.

Hay, a veces, una inclinación, justo al lado de nuestro camino, de causar daño a los otros y al mundo, suponiendo que de ahí nos vendrá algún bien que, con destreza, disimulo y finura nos librará de toda culpa y castigo. Esta maldad ataca siempre desde lo más íntimo, hay siempre algo de secreto y profundo en el deseo de hacer el mal.

Alguien que corrompa a otra persona provoca dos males, el que atañe a su propia alma y aquel que hace al otro, con miras a apresar su corazón. En caso de que el otro ceda, se concreta un tercer mal para quien corrompe: la autoría de la desgracia del otro. Pero cada hombre responde de sí mismo, por lo que nadie puede  librarse de la responsabilidad de sus elecciones, alegando haber sido seducido por otra persona.

Es importante que sepamos guiar nuestra vida por nuestros valores y sueños, contando con nuestras fuerzas y dones. Aceptando con humildad nuestras limitaciones y aprendiendo a superarlas. Para no caer en tentación tenemos que equilibrarnos entre todos los extremos, siguiendo nuestro camino rumbo al cielo.


Los pecados corrompen al hombre y su misión. La libertad es una forma de asumir el deber como un poder. Ser libre es exigirse a sí mismo la obligación de hacer todo el bien que pueda. 




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