lunes, 26 de enero de 2015

Gula, el deseo insaciable


José Luís Nunes Martins
jornal i
24 de janeiro de 2015
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                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

Muchas personas intentan compensar sus carencias emocionales a través de los bienes materiales. Hay quien come y bebe para así llenar sus desiertos interiores, para, de esa forma evadir la realidad.

El azúcar y el alcohol permiten casi el olvido de los proyectos a largo plazo. Se apuesta todo en el ahora y desprecia lo que viene después. Pero, en verdad, hay siempre un después… y será tanto peor, cuanto menos nos preocupemos de él.

La búsqueda excesiva de satisfacciones materiales, en especial a través de la comida y la bebida, revela vacíos tremendos y alteración de los valores. Debemos alimentarnos para vivir y no lo contrario. Lo que debemos integrar en nosotros, lo que nos hace ser mayores y mejores, no es lo que conseguimos devorar. Eso sólo nos hincha… de un vacío cada vez mayor.

Poco importa si es  el exceso es en la cantidad, en la exigencia de la calidad, en el refinamiento de la preparación, por el precio o incluso por la forma ávida con que se come y bebe, sin permitir siquiera saborear (llegan a llamarla comida rápida), la gula es siempre una pasión desordenada y exigente, una especie de refinamiento que es, en verdad, un verdadero veneno para nuestra felicidad.

La gula es un vicio que no suele avergonzar a quien lo tiene. Hay incluso quien asume su capacidad de devorar todo sin la menor timidez, con la sonrisa en los labios… ¡ser glotón llega también a presentarse como una cualidad!

Hoy se cultiva el cuerpo, como si no fuésemos algo mucho más profundo. El resultado es casi siempre desastroso: quien tiene un cuerpo escultural, cree que eso es todo cuanto importa; quien no lo tiene, cree que eso es señal de que no tiene valor alguno.

Es frecuente que el cuerpo y el espíritu se encuentren en conflicto. El cuerpo merece respeto, pero sin el menor tipo de sumisión a sus caprichos. Son alimentos, necesidades e intereses diferentes, pero el espíritu tiene que dominar el cuerpo.

Hay quien embellece su aspecto exterior a fin de superar algunas proporciones menos buenas del interior, y hay quien apuesta con equilibrio por lo que está en la base de su ser, moderando siempre sus impulsos y no dejándose devorar por sus propios deseos.

Quien se entrega desordenadamente a la comida y a la bebida pierde la capacidad de saborear los detalles… los condimentos… En cambio la templanza es el equilibrio. Un orden saludable donde todo tiene su lugar y valor. Nunca menos de lo que se necesita, ni más de lo que conviene.


Tal vez no sea un problema grave que alguien se deleite con un bombón cuyo coste daría para comprar pan para alimentar a una familia entera. El problema grave será comer una caja entera y, aún así, no quedar satisfecho…

En un mundo en el que sufren y mueren de hambre millones de personas, tal vez no sea extraño que la obesidad sea también un problema. El mundo está desequilibrado. Hay también quien sufre de hambre por estimar más lo que es una imagen de sí en vez de desear su salud y paz.

Es algo extraño que sea quien más tiene, quien quiere tener todavía más… la lógica del consumo es lineal e irracional: absorber y destruir, a fin de poder consumir siempre más… absorber y destruir… absorber y destruir… un hambre insaciable que corroe por dentro. Una úlcera.

Las sensaciones no son emociones. Poco de lo que nos llega a través de los sentidos, nos llena el corazón. El placer no es la felicidad.


Merece la pena saborear la vida y todo cuanto de bueno  hay en ella, deleitarnos con la bondad del mundo a nuestro alcance. ¡El pan nuestro de cada día es algo tan esencial como excelente!

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