sábado, 21 de julio de 2018

El mal acecha cada minuto




José Luís Nunes Martins


A la mayor parte de nosotros nos gusta exponernos. Bastan algunos momentos de simpatía para en seguida comience a revelar secretos que deberían continuar siéndolo. Esto acaba por ser una buena señal, una prueba de que confiamos unos en otros, a pesar de las inmensas desilusiones que ya hemos experimentado. Creemos siempre que esta vez va a ser diferente. ¿Pero es que es lo más inteligente?

Hay quien se expone de tal forma que parece haber perdido la noción de lo que no es posible compartir, a no ser a un nivel íntimo. Por un lado, se vacía, en el sentido de perder sustancia interior, por otro, casi que invita a los otros a violentarlo.

Hay una decencia exterior y otra decencia interior. La verdadera es la interior.

Es erróneo admitir que quien no hace nada mal no tiene nada que esconder. La verdad es que todos tenemos el deber de guardar para nosotros lo que no redunda en nada bueno y útil en la relación con desconocidos. ¿Por qué razón nuestras insignificancias deben ser anunciadas? ¿Son más importantes que las de los otros?

Somos exterior e interior. Nuestra apariencia es y será siempre solo eso mismo, una capa superficial con que nos presentamos y defendemos del mundo. Aquí, la trasparencia no siempre será una buena opción, pues los otros tienen el derecho de ser preservados de conocer lo que no les merece respeto.

¿Cómo llevamos nuestro interior? ¿Con nosotros mismos? ¿Con los más cercanos? ¿O a través de las interacciones con desconocidos?

Cuando abrimos nuestras puertas todas, es bueno tener conciencia de que al hacer de la casa de nuestra intimidad un espacio público, quedamos sin ella como lugar protegido y de descanso.

¡Casi todas las burlas se asientan en el simple abuso de la confianza!

El fondo del corazón, nuestros sueños y pesadillas, deben ser como un jardín secreto, un pilar de nuestra identidad, que, de tan importante, se debe mantener así mismo, lejos de la mirada y del conocimiento públicos.

Hoy es fácil acceder a los documentos digitales de cualquier persona, a todos los registros guardados en su ordenador, a su teléfono y a los sitios por donde anda, digitales y físicos. A todas sus conversaciones, incluso de aquellas que ni él mismo recuerda. Hoy, como nunca antes, hay millares de registros de casi todo lo que hacemos. ¡Hasta es posible que los teléfonos estén siempre escuchando lo que ocurre a nuestro lado! Pero la mayor parte de nosotros sigue pensando que nada tiene que ocultar, por lo que no tiene que preocuparse. Debía ser así, pero no lo es.

Todos tenemos el deber de reserva y recato. La modestia y el pudor son armas de defensa, muros que nos preservan de enemistades. El mal acecha a cada minuto.

Llamar la atención sobre sí, fomentando familiaridad con desconocidos, es algo temerario. No es coraje, es falta elemental de buen sentido.

Es importante que definamos la línea clara que debe separar lo que, en nosotros, es superficial y puede ser público, de lo que debe ser conservado intacto, por ser parte de nuestro tesoro más íntimo.

La pureza es inocente, no aprende el mal, sino que sabe resistirlo, si estuviera atenta y fuera prudente, evitando flaquezas y descuidos.

Contra el mal, el silencio es una excelente arma.


http://www.agencia.ecclesia.pt/portal/o-mal-espreita-a-cada-minuto/


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