José Luís
Nunes Martins
A la mayor parte de nosotros nos gusta exponernos. Bastan
algunos momentos de simpatía para en seguida comience a revelar secretos que
deberían continuar siéndolo. Esto acaba por ser una buena señal, una prueba de
que confiamos unos en otros, a pesar de las inmensas desilusiones que ya hemos
experimentado. Creemos siempre que esta vez va a ser diferente. ¿Pero es que es
lo más inteligente?
Hay quien se expone de tal forma que parece haber perdido la
noción de lo que no es posible compartir, a no ser a un nivel íntimo. Por un
lado, se vacía, en el sentido de perder sustancia interior, por otro, casi que invita
a los otros a violentarlo.
Hay una decencia exterior y otra decencia interior. La
verdadera es la interior.
Es erróneo admitir que quien no hace nada mal no tiene nada
que esconder. La verdad es que todos tenemos el deber de guardar para nosotros
lo que no redunda en nada bueno y útil en la relación con desconocidos. ¿Por
qué razón nuestras insignificancias deben ser anunciadas? ¿Son más importantes
que las de los otros?
Somos exterior e interior. Nuestra apariencia es y será
siempre solo eso mismo, una capa superficial con que nos presentamos y
defendemos del mundo. Aquí, la trasparencia no siempre será una buena opción,
pues los otros tienen el derecho de ser preservados de conocer lo que no les merece
respeto.
¿Cómo llevamos nuestro interior? ¿Con nosotros mismos? ¿Con
los más cercanos? ¿O a través de las interacciones con desconocidos?
Cuando abrimos nuestras puertas todas, es bueno tener
conciencia de que al hacer de la casa de nuestra intimidad un espacio público,
quedamos sin ella como lugar protegido y de descanso.
¡Casi todas las burlas se asientan en el simple abuso de la
confianza!
El fondo del corazón, nuestros sueños y pesadillas, deben
ser como un jardín secreto, un pilar de nuestra identidad, que, de tan
importante, se debe mantener así mismo, lejos de la mirada y del conocimiento
públicos.
Hoy es fácil acceder a los documentos digitales de cualquier
persona, a todos los registros guardados en su ordenador, a su teléfono y a los
sitios por donde anda, digitales y físicos. A todas sus conversaciones, incluso
de aquellas que ni él mismo recuerda. Hoy, como nunca antes, hay millares de
registros de casi todo lo que hacemos. ¡Hasta es posible que los teléfonos
estén siempre escuchando lo que ocurre a nuestro lado! Pero la mayor parte de
nosotros sigue pensando que nada tiene que ocultar, por lo que no tiene que
preocuparse. Debía ser así, pero no lo es.
Todos tenemos el deber de reserva y recato. La modestia y el
pudor son armas de defensa, muros que nos preservan de enemistades. El mal
acecha a cada minuto.
Llamar la atención sobre sí, fomentando familiaridad con
desconocidos, es algo temerario. No es coraje, es falta elemental de buen
sentido.
Es importante que definamos la línea clara que debe separar
lo que, en nosotros, es superficial y puede ser público, de lo que debe ser
conservado intacto, por ser parte de nuestro tesoro más íntimo.
La pureza es inocente, no aprende el mal, sino que sabe
resistirlo, si estuviera atenta y fuera prudente, evitando flaquezas y
descuidos.
Contra el mal, el silencio es una excelente arma.
http://www.agencia.ecclesia.pt/portal/o-mal-espreita-a-cada-minuto/
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