No te creas el centro del mundo. No lo eres. Busca más bien que puedes hacer por los demás, no busques lo que puedan hacer por ti. Cada persona es un fin en sí mismo, nadie es un medio, mucho menos de tu felicidad.
Cuando no somos humiles perdemos la noción de la realidad y, por lo tanto, de la verdad.
El orgullo es un enemigo fuerte y provoca una desgracia
constante y creciente que exige ser alimentada, que esclaviza la libertad y ata
la voluntad de todos cuantos se creen por encima de los demás. Somos diferentes,
pero perder el tiempo evaluando quien es mejor o peor es, en verdad, señal de
gran inseguridad y triste debilidad.
El egoísmo es contrario al amor. Amar es darse y los egoístas quieren todo, todo, para sí. No importa el sufrimiento que eso pueda suponer a los otros, creen que merecen todo, todo.
Dirán algunos que el egoísmo es una forma de amor a sí mismo, llegan incluso a argumentar que es un requisito esencial a cualquier otra forma de amor. ¡Error! Amar es olvidarse de sí.
El miedo es lo opuesto a la felicidad. Nadie consigue vivir con alegría escondido detrás de sus propios brazos lejos de las adversidades. Ser feliz implica vencer los miedos y vencerse, abrir los brazos y aceptar nuestro lugar en el mundo. Nuestro tiempo y nuestro espacio. Lo que somos y lo que nos rodea.
¡No tengas miedo de ser feliz, ama! Por más que eso te haga sufrir, acepta con humildad el precio a pagar por llegar al cielo ya en esta vida y… en la otra, aquella en la que somos valorados de acuerdo con el peso de los pedazos de corazón que hayamos sido capaces de dar.
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