martes, 7 de marzo de 2017

Trasferencia de afecto.


Una gran ola de afecto se desplaza desde los seres humanos a los animales. No sé, se me ocurrió esta
idea, así, sin pensar mucho, a la hora de la siesta, como un espejismo producido por una digestión más o menos pesada. Luego pensé que no era tal, que podía tener algún sentido. Incluso me da la sensación de que ellos, los animales, especialmente los perros, nos miran con enorme simpatía, y empatía incluso; entienden nuestros problemas y se esfuerzan en darnos lo mejor de sí mismos, que, sin duda es mucho. No en vano el facebook, ese cajón desastre, está lleno de  imágenes de la naturaleza, de flora y fauna. Yo admito que me gustan y cada vez añado más páginas de naturaleza, para compensar las desalentadoras noticias producidas por los humanos.
 Es cierto, los humanos, cada vez, nos distanciamos más y más unos de otros, rompemos continuamente lazos que habíamos creado y nos parecían buenos. Entonces nos perdemos el respeto también, para justificar nuestra propia mediocridad; pero así también nos humillamos, unos a otros, no nos reconocemos ni el menor valor. Pero si la sociedad se compone de los individuos que la
forman, esta sociedad se resiente forzosamente, hace aguas por miles de orificios, miles y miles de poros. Entonces el egoísmo tiene el campo libre, y crece, y se robustece mientras se ensoberbece, convirtiéndose en un peligro para sí y para los demás, de tanto como acaparara,  no parará hasta que reviente por algún lado...

Pero como no podemos dejar de ser humanos, y además algo tenemos de animales, nos refugiamos en ellos y apreciamos sus enormes cualidades humanas, las que quisiéramos en nuestros semejantes: su fidelidad, su constancia, su paciencia, su alegría espontánea, sin malicia alguna; que están pendientes de nosotros y se adelantan a nuestros deseos... en fin, cualidades que quisiéramos en los que tenemos al lado, aunque a nosotros mismos nos cueste llevarlas a la práctica con los demás. Casi siempre
dejamos que la iniciativa parta del otro.

Cuántas y cuáles sean las causas de tan tremenda y fatal situación, serían demasiadas, llevaría mucho tiempo enumerarlas, no digamos analizarlas...  Pero a mí, cada vez, me salen menos, las puedo reducir a unas pocas, pero la principal considero que es el haber desplazado a Dios del centro de nuestras vidas, incluso lo hemos abandonado colectivamente, y también sus mandamientos; eso es lo que nos distancia de los hermanos, los semejantes, pues todos somos sus hijos, queramos que no. Y por eso insistimos más en los derechos que en el amor. Pero, ¿Cómo podremos exigir a nadie lo que no somos capaces de dar, si eliminamos el Modelo más humano, más noble, más generoso? Sustituir a Dios, que se hace semejante al hombre para dar la vida por él, por un mundo sin Dios, o sea, endiosar al hombre, es lo que puede llevar a algunos a creerse dios, como Nerón o Calígula, u otros más recientes. En el pecado llevamos la penitencia...

Tan malo es que el ser humano sufra una perdida tan grande de afecto, de respeto, de empatía por sus
semejantes, que muchos no superan el infierno en el que caen, pierden el control de sus mentes, vagan por las calles creyéndose los personajes que su imaginación descontrolada les asigne, con arreglo a lo que cada uno haya cultivado en su vida pasada, precisamente para poder defenderse de ella, para superarla. Entabla una lucha atroz, hasta que, o bien logre el reencuentro consigo mismo en una realidad nueva, aún por desarrollar, y donde, con humildad e ilusión, comenzará a dar los primeros pasos..., o bien caerá en una enajenación completa, vagando y viviendo a merced de la ‘suerte’, de la caridad de quien se digne mirarlo al menos.

Todo esto que he escrito es para tratar de encontrar una explicación al aumento de personas sin hogar
que padecen algún trastorno mental de consideración. Son cada día más los que acuden pidiendo ayuda al trabajador social, que en muchos casos, si se les diera, no serían capaces de administrarla en su favor. De veras que conmueve ver a una persona enajenada a merced de lo que le dicte su propia mente. Son los más difíciles de atender, porque no contamos con los medios necesarios, no podemos encaminarlos a ningún centro adecuado, dar parte a alguna institución que se hiciera cargo, ni a la misma policía...


Nadie quiere saber nada. Ahí van, sucios y malolientes, un blanco frecuente para el desprecio, al que
dirigirle un caudal, no de agua, sino de palabras gruesas, ofensivas... para ensuciarlo más, para humillarlo más. No nos avergonzamos de una sociedad que consiente que algunos de sus miembros sufran una marginación total, y no pone a disposición de los necesitados los medios materiales y humanos, especializados, fruto del desarrollo adquirido por el esfuerzo de generaciones, alentadas siempre por el ideal de mejora permanente y al servicio del bien común, del progreso para todos.

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