viernes, 6 de enero de 2017

El hombre propone, Dios dispone


Hace apenas unas semanas estábamos felices, porque creíamos que compartíamos la felicidad de dos personas que convivían bajo el mismo techo, de ocupas en medio de un paraje natural, y de pronto, empujados por un violento desahucio, habían encontrado un techo mejor, más seguro, más digno,  con espacio para acoger personas y animales, lo que les permitiría una mayor integración en la sociedad y una ayuda para su maltrecha economía.

Pero, ‘el hombre propone y Dios dispone’, o sea que, es Dios quien en realidad nos consigue las cosas buenas que nos ocurren, utilizándonos a nosotros sabiamente para sus fines, y nunca sabremos si son buenas hasta que quede demostrado (algo así como el probado reconocimiento de los milagros por la Santa Madre Iglesia). Nosotros nos creemos casi siempre imprescindibles,  por lo cual nos frustramos tan a  menudo, porque las cosas no salen como pensábamos, ni en el momento que queremos.  Nadie puede hacer lo que el otro tiene que hacer por sí mismo. Por eso, ayudar no es fácil, significa estar dispuesto al ‘fracaso’, según nuestro criterio, al silencio; es un requisito imprescindible para seguir siendo voluntario y no desanimarse, o para cualquiera que quiera ayudar a otro desinteresadamente.

Quizá dimos demasiados pasos sin conocer a fondo la relación entre ambas personas, ni el interior de cada uno, ni sus verdaderas costumbres, públicas y privadas. Unos días en su nueva y digna morada y a punto estuvo de ocurrir una tragedia mayor, pero, se quedó en una disputa, en el desacuerdo y ruptura de un contrato de palabra, y abundantes destrozos materiales también.

Si, como dice la Biblia que dice el Señor: ‘vuestros planes no son mis planes’, ¡entonces, cómo se nos ocurre pensar y hacer planes para otros, pensando que se van a hacer realidad,  y se debe a nuestra participación en ellos! Humildemente hemos de aceptar que cuando las cosas no salen como pensamos o deseamos, es porque no estábamos haciendo lo adecuado, el que ayuda o el que recibe la ayuda, o los dos al mismo tiempo; porque la buena voluntad no basta. Hace falta algo más.

Algo que, a menudo, se nos escapa, o no queremos reconocer y aceptar, porque exigiría demasiado de nosotros mismos, porque tendríamos que reconocer una Existencia superior a nosotros que nos inspira para el bien en todo momento y hasta el final, y eso me llevaría también a tener que renunciar progresivamente, a medida que avanzara nuestro discernimiento, a más y más cosas... hasta quedarnos en un simple ser y existir para el bien solo. Nos llevaría a la autoexigencia, o a la conversión, o como se prefiera llamarlo, a predicar con el ejemplo, y eso, cuesta mucho entrenamiento, mucha autodisciplina, y mucho coraje, para afrontar una batalla interior de la saldré más pobre en bienes materiales, pero rico mental y espiritualmente. Y a saber encajar las opiniones y las críticas, así como la falta de reconocimiento de nuestros logros en semejante tarea, es, sobre todo, personal, cara a cara con la propia conciencia, la cual guía el mismo Dios.


 Mucho mejor que yo nos lo dice el apóstol san Juan: “...nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva permanentemente en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros... Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿Cómo va a estar en el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conocemos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón  ante Él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.” (Primera carta del apóstol san Juan 3, 11-21) OM

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