martes, 25 de octubre de 2016

El becerro de oro


¿¡Cómo íbamos a pensar que algún día el progreso iba a hacerse a costa de los mismos seres humanos que lo habíamos creado, que la “filosofía” del “usar y tirar”, o del “descarte” iba a ampliarse a los seres humanos, del mismo modo como se hace con los objetos de consumo!?

Pues así es,  esta “sociedad del bienestar” se ha vuelto Tirana y manipuladora, divide y enfrenta a unos contra otros, en una competencia disparatada: destroza familias, amistades, rompe las relaciones sociales pacíficas y fructíferas, así como las relaciones equitativas en el trabajo; aleja a los gobernantes de los gobernados. Unos políticos dicen que quieren “trascender las instituciones”, otros, que ya están en el poder, se aprovechan de ellas... Cualquiera puede caer en la exclusión social, justo al lado nuestro, y no enterarnos, o peor aún, pasamos de largo,  miramos para otro lado, no sea que lo que le pasa al vecino caído sea contagioso, y caiga yo con él.

En un número creciente de humanos, desorientados y afectados por la mayor de las ignorancias, pues ignoran lo que es en verdad un ser humano, por haber eliminado de los planes educativos las Humanidades en beneficio del conocimiento del medio y las ciencias, se practica con absoluta irresponsabilidad el descarte. Se descartan en pareja: ya no me sirves, ya no me divierto contigo, necesito “realizarme”, tengo que hacer mi vida. Los niños estorban, no representan ya el propio futuro por eso no se entregan los padres en cuerpo y alma para que sea el mejor de los futuros, que sería, con toda seguridad el suyo propio. Les cuesta hacer amigos, y por eso se da el nombre de amigo a otro tipo de relaciones, pueden llegar a tener “un millón de amigos” en facebook y no relacionarse con ninguno. (Tener amigos hoy parece más bien  una señal de poder, de fama, o de prestigio, como en épocas antiguas poseer el mayor número de vacas, o cabras, y hasta de mujeres... te convertía en el dueño de la tribu). O quizá es una huída de la soledad, del vacío, un modo de disimular las carencias personales.

El acceso a las subvenciones está lleno de trabas y condiciones, si eres más bien honrado y valoras las cosas y el dinero aunque sea público, o estás bastante enfermo, tendrás más dificultades y menos derechos que si eres una víctima de algún “consumo”, o eres extranjero o emigrante. Hoy no se llevan las conductas honradas, discretas y normales, incluso se las desprecia o ridiculiza, por eso nos fiamos poco, o nada,  unos de otros, y nos encasillamos según prejuicios.

Lo que era la “Beneficencia”, según la RAE: “Acción y efecto de hacer el bien a los demás”, o, “Conjunto de Instituciones y servicios de ayuda a los necesitados”, ha pasado en gran parte al Estado, es pública, y no está mal que así sea, porque es signo de que la sociedad progresa también en la práctica la justicia social, para que nadie se sienta excluido  y pueda vivir con la mayor dignidad que pueda en cada momento de su vida. Asume así una de las funciones que tradicionalmente estaba en manos de particulares piadosos que voluntariamente dedicaban, y dedican en la actualidad, su tiempo y su dinero en beneficio de los desfavorecidos,  a los que por sí mismos no son capaces de acudir a los servicios sociales aunque tengan derecho, pero no lo saben, o a los que temporalmente no perciben alguna ayuda o subvención, esperando a que se cumpla el plazo exigido para poder solicitarla...

Llegó la crisis y entonces los Servicios Sociales han sido los primeros en ver reducidos los presupuestos, por eso se saturan los centros tradicionales de beneficencia, los albergues son trágicamente insuficientes, las familias se ven sobrepasadas al tener que acoger a hijos mayores, solteros o casados, casados y con hijos... Muchos particulares que antes contribuían con organizaciones altruistas ahora no pueden hacerlo, o reducen su aportación. Pero, gracias a Dios, son muchos los esfuerzos que se hacen por los más conscientes de la grave situación social que atravesamos, y se empeñan en mantener los lazos sociales, tratando de impedir que haya más excluidos, que la sociedad se deshumanice, devorada por el egoísmo.

Pero frente a las exclusiones están las grandes fortunas, los progresos ilimitados en la tecnología, la voracidad de los bancos. Muchos quieren blindar su poder, sus derechos o sus riquezas, adaptando la ley a su medida, lo que hace que la brecha entre riqueza y pobreza sea más ancha y profunda, abismal, insalvable, si Dios no lo remedia.

Este Progreso, voraz, inmoral e incontrolado, a mí se me parece al becerro de oro que hicieron los israelitas en el desierto, porque pensaban que Dios y Moisés, su caudillo, los habían abandonado. Quisieron ser como los demás pueblos y construyeron un ídolo a quien adorar y ofrecer sacrificios materiales, animales, incluso humanos... Tanto se indignó  Moisés, que bajaba de hablar con Dios, que rompió las Tablas de la Ley que Dios le había dado para el buen gobierno y la salvación de su pueblo... Pero Dios tuvo misericordia de su pueblo, una y mil veces lo perdonó... así que tenemos que tener confianza en Dios, que todo lo puede y perdona, no vamos a ser menos nosotros que nuestros antepasados.


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